A Todo Gas y Corazón: Amor en el Rally de Guadalope"
Cada septiembre, el rugido de los motores rompía el silencio del Bajo Aragón, y Alcañiz se vestía de fiesta con polvo en el aire y gasolina en las venas. El Rally de Guadalope no era solo una carrera, era un rito. Para los vecinos, una tradición. Para los pilotos, un desafío. Para Vera, era el lugar donde aprendió que el amor también puede correr a contrarreloj.
Corría el año 1987. Vera trabajaba en el taller de su tío, en la Avenida Aragón. Mientras reparaba carburadores y cambiaba bujías, soñaba con velocidad y libertad. Cada año, cuando el rally llegaba, se escapaba entre coches y aceites para ver a los pilotos prepararse. Pero ese año fue distinto.
Él llegó en un Peugeot 205 Turbo 16, matrícula francesa, con la sonrisa torcida de quien ha recorrido medio mundo con las manos llenas de tierra. Se llamaba Antoine, y aunque su castellano era limitado, bastaron tres palabras para cambiarlo todo: "¿Dónde repostar aquí?"
Vera lo guió hasta una vieja gasolinera cerca del circuito urbano, y entre surtidores oxidados y el sol del mediodía, empezaron a hablar. Él le hablaba de Montecarlo, ella del río Guadalope. Él le hablaba de curvas cerradas, ella de las callejuelas del casco antiguo. Él venía por la gloria, ella, sin saberlo, por él.
Durante los tres días del rally, Vera fue su sombra: le ayudaba en las verificaciones técnicas, le traducía instrucciones y le pasaba botellas de agua desde el arcén. Antoine, por su parte, le hablaba del vértigo que sentía en las rectas, pero también del que le provocaba su risa.
La última etapa acababa en el circuito Guadalope, cuando aún se corría entre las tapias de piedra de la ciudad. Antoine cruzó la meta cuarto, pero con una euforia que solo Vera entendió. Cuando se quitó el casco, fue hacia ella y, sin decir nada, le entregó una pequeña tuerca envuelta en cinta roja.
“Para que nunca olvides este rally —le dijo— ni a mí.”
Antoine se marchó con el equipo rumbo a los Pirineos. Vera volvió al taller. Pero cada año, al llegar septiembre, volvía a la misma gasolinera, esperando, por si acaso, ese Peugeot volvía a rugir.
Dicen que el rally de Guadalope ya no se corre como antes. Que ahora el tiempo es otro. Pero algunos aseguran que, en las noches de verano, si caminas por la ribera del Guadalope, puedes oír el eco de un motor lejano... y una risa suave, como la de Vera.